El valor de la gratitud en la infancia

 

Por: Diana Bello Aristizábal

 

La gratitud es como un músculo que se fortalece al ejercitarse de forma constante, proporcionando sentimientos de bienestar y felicidad e, incluso, mejorando la calidad de vida. Sin embargo, para que se convierta en un hábito, conviene comenzar a entrenarla desde los primeros años de vida. En el mes nacional de la gratitud le proporcionamos algunas ideas para que pueda enseñarles a los niños cómo ser agradecidos.

Hay que aclarar que la gratitud es principalmente una actitud ante la vida con innumerables beneficios. Practicarla no significa que desconozcamos o ignoremos los reveses que enfrentamos en el camino, sino que elegimos mirar el vaso medio lleno en lugar de verlo medio vacío en cada circunstancia.

No es fácil adoptar esa postura en cada momento, eso está clarísimo. Sin embargo, desarrollar la capacidad de vislumbrar los puntos a favor que tenemos en nuestra vida y agradecer por ellos, incluso en medio de las adversidades, nos permite no perder el norte o a nosotros mismos y elaborar un plan para salir victoriosos sin dejar de transitar los sentimientos negativos que generan los tropiezos.

Lograrlo, es decir, cultivar una actitud agradecida, ya no es cuestión únicamente de psicología, religión o nueva era, conceptos que han sido conectados ampliamente con la gratitud de manera diferente, sino de salud como han apuntado diversos estudios a lo largo de los últimos años.

Según la ciencia, la gratitud activa los neurotransmisores de la dopamina y la serotonina, relacionados con sentimientos de energía, motivación y estabilidad emocional, y disminuye hormonas como el cortisol que está asociado con el estrés. Un organismo con un cortisol alto es más propenso a enfermarse, por lo cual agradecer es una práctica más que podemos incluir en nuestra rutina (como comer bien o hacer deporte) para proteger la salud.

La gratitud se ha relacionado con un mejor sistema inmunológico, menos dolor físico, un corazón más sano, un sueño más reparador y una menor predisposición a consumir drogas y alcohol. Además, agradecer a primera hora del día, bien sea a través de una oración o llevando un diario de gratitud, ayuda a disminuir la ansiedad y la depresión.

 

Cultivando una mentalidad apropiada

Ante el gran poder que tiene la gratitud, el primer paso para enseñarla a los niños es desarrollarla y manifestarla en nosotros mismos como adultos, pues los niños modelan las conductas que ven en sus padres. Para empezar, asegúrese de siempre agradecer a quienes se encuentre en su día a día como el mesero del restaurante o el cajero del supermercado e, incluso, a sus hijos por sus grandes y pequeñas acciones y por lo que son como seres humanos.

También sea agradecido con sus amigos y seres queridos a través de palabras, textos o pequeños regalos o actos de reciprocidad. Demostrar gratitud a sus hijos y a personas de su entorno familiar y social hace que los niños se sientan más apreciados, contenidos y valorados, lo cual incrementa su buen comportamiento, y que con el tiempo aprendan a reconocer fácilmente sus bendiciones.

Si quizás encuentra resistencia frente a dar las gracias, evite regañarlos o dar sermones. Tenga en cuenta que la gratitud, aunque parezca sencillo ponerla en práctica para usted como adulto, un niño puede necesitar más tiempo. En cambio, intente conectar sus emociones con el acto de agradecer. Por ejemplo, pregúnteles cómo se sienten cuando alguien les da las gracias versus cuando alguien olvida hacerlo e invítelos a tratar a los demás como les gustaría ser tratados.

Según se explica en un artículo de Child Mind Institute, decir ‘gracias’ no es la única manera de expresar gratitud, por lo cual esta palabra puede ser reemplazada por una sonrisa, unos pulgares arriba o un dibujo o tarjeta. Al final del día, de lo que se trata no es de pronunciar la palabra, sino de que sean recíprocos y reconozcan lo bueno de su vida o cuando alguien haga algo por ellos.

Anímelos a tener actos de agradecimiento con las personas que más los ayudan como profesores, entrenadores deportivos, vecinos u oficiales de policía obsequiándoles, por ejemplo, una galleta, o un dulce. Aquí aplica el refrán de que lo importante es el detalle.

Organice en familia actividades de voluntariado como asistir a una fundación de niños en situación de pobreza para entregarles regalos de Navidad o un pavo de acción de gracias. Esto les ayudará a ver que no todos tenemos las mismas ventajas en la vida y a desarrollar valores como la compasión y la empatía. 

Por último, establezca rituales de agradecimiento en casa a modo de juego que incrementen su motivación ante la gratitud. Recuerde que los niños aprenden haciendo y que el juego es la mejor herramienta para inculcar valores y conocimientos.

Por ejemplo, puede proponerles depositar notas de agradecimiento en un frasco de vidrio que pueden ser compartidas en familia periódicamente. Con esta dinámica, los miembros de la casa se conocerán mejor, entenderán qué es importante para cada uno y podrán identificar y ayudar a los otros a identificar sus bendiciones.

En el día de acción de gracias pueden jugar al ‘pavo del agradecimiento’. Esta actividad consiste en dibujar un pavo en una hoja de papel y en otra, dibujar, colorear y cortar varias plumas. Pídales a sus hijos que escriban cinco cosas por las que estén agradecidos en las plumas (una cosa por pluma) y que luego las peguen al dibujo del pavo.

En la vida cotidiana, como mientras los está llevando a la escuela o a la hora de dormir, puede invitarlos a que comparten tres cosas por las que se sientan agradecidos respetando su individualidad y gustos particulares y aceptando sus sugerencias sobre otros rituales para fomentar la gratitud.

 

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