Adicción a los videojuegos: Tan real como peligrosa
Los niños y adolescentes suelen ser los más vulnerables frente a este flagelo
Por: Diana Bello Aristizábal
La Organización Mundial de la Salud decidió incluir la adicción a los videojuegos como una enfermedad de salud mental en la última actualización de su Clasificación Internacional de Enfermedades (ICD-11). Este hecho prende una vez más las alarmas frente a una problemática que no se ha visibilizado lo suficiente pese a sus devastadores efectos en adultos, niños y adolescentes.
“Se trata de una enfermedad que afecta a entre el 2 y el 3 por ciento de los jugadores a nivel mundial. Teniendo en cuenta que billones de personas alrededor del planeta utilizan videojuegos, este es un porcentaje alto”, asegura Cam Adair, fundador de Game Quitters, una comunidad de apoyo que ofrece recursos en línea a quienes sufren por la adicción a los videojuegos.
De acuerdo con Adair, quien fue adicto a los videojuegos, siendo esta su motivación principal para haber creado la organización, cada mes más de mil personas visitan su página web buscando ayuda. “Este problema continúa en aumento y hoy impacta a todos por igual, no solo a las personas con alta capacidad adquisitiva como ocurría antes”, añade.
Otro aspecto preocupante es que se está robando la infancia de muchos niños alrededor del mundo debido a que cada vez empiezan a usar consolas de juego y teléfonos móviles a una edad más temprana. En términos generales, un niño adquiere su propio celular entre los 8 y 10 años, en el que tiene acceso a redes sociales y juegos, pero empieza a interactuar digitalmente mucho antes.
“Lo triste de esto es que a muchos niños no se les ofrece la posibilidad de interactuar con su mundo externo de otra manera que no sea a través de la tecnología”, comenta el experto de 33 años, quien recuerda la época en que hacer algo tan sencillo como conectarse a Internet era toda una odisea.
“Hoy el acceso digital es permanente y por eso muchos menores de edad no han podido ser niños y cultivar otros hobbies. Antes teníamos que ser creativos para interactuar con el ambiente y tomábamos responsabilidad por nuestra diversión, mientras ahora tenemos la mentalidad de que el mundo tiene que entretenernos”, dice.
Pero esta mentalidad no viene de los padres o educadores exclusivamente, como muchas personas piensan, sino de todo un sistema que está demasiado enfocado en la tecnología y ha olvidado la importancia de los libros, la escritura a mano y los juegos al aire libre, entre otras herramientas de diversión y aprendizaje tradicionales.
“Es fácil culpar a los padres y en muchos casos hacer eso es justo. Sin embargo, a ellos también los están presionando constantemente, incluso desde el colegio de sus hijos, para que recurran a la tecnología a través de juegos educativos o dispositivos como el iPad”.
Esto no significa que los videojuegos por si solos sean perjudiciales sino que estamos sobrepasando los límites de lo que se considera un uso sano y moderado que no impacte el desarrollo social, emocional y físico de los menores.
“Nada va a sustituir las experiencias multisensoriales y el contacto físico con otro ser humano. Para los niños es indispensable escribir a mano, tocar texturas y socializar, necesitan esos estímulos”, comenta Erika Monroy, sicóloga clínica y educativa especialista en inteligencia emocional, quien asegura que los videojuegos están afectando el aprendizaje y la capacidad intelectual.
También se están convirtiendo para muchas familias, incluyendo los adultos, en un escape a la realidad, pues tanto los mayores como los menores recurren a ellos para calmar el estrés de la vida cotidiana o encontrar un alivio frente a emociones difíciles.
“Se nos vende la idea de que la tecnología y los videojuegos son para relajarse y aunque eso puede ser un poco cierto, si siempre estamos escapando de nuestras emociones no aprendemos a lidiar con ellas”, comenta Adair, quien experimentó esto en carne propia cuando comenzó a sumergirse en el mundo de los videojuegos tras ser víctima de bullying a los 13 años.
Según relata, antes de conocer este mundo era un niño relativamente normal que iba al colegio y jugaba hockey. Luego, estar detrás de una consola de juego se convirtió en su único interés en la vida al punto de dejar la escuela en dos ocasiones para destinar 16 horas de su día a jugar.
Su naturaleza competitiva y el sistema de recompensa que tienen los videojuegos debido a que se obtienen puntos cuando se superan niveles, lo hicieron llegar a extremos con tal de sostener su adicción como, por ejemplo, mentir a sus padres diciendo que había obtenido un trabajo en un café Internet.
“Yo veo esto todo el tiempo en las familias con las que trabajo. Las personas cuando son adictas no tienen límites. En mi caso, cuando dejé mis estudios, mis padres me obligaron a trabajar entonces me inventaba todas las excusas posibles y trabajos que no existían para pasar el tiempo jugando”.
De acuerdo con Érika Monroy, esta adicción es como cualquier otra que produce ciertos químicos en el organismo como la adrenalina y la serotonina. “Proporciona una sensación de logro y bienestar que primero relaja y después engancha haciendo que la persona cada vez quiera más de eso. La idea es liberar químicos como la serotonina de una forma sana y no a través de una pantalla”, añade.
Pero, ¿cómo sabemos cuando ya hay una adicción? De acuerdo con los expertos, el principal foco rojo es dejar de ser funcional en la vida, tener trastornos de sueño y/o alimentación, aislarse, mostrarse agresivo o malhumorado todo el tiempo, especialmente cuando no se puede acceder a los videojuegos, o tener un bajo rendimiento académico.
“Yo veo familias en las que los niños llevan tres años sin practicar deporte, están reprobando en el colegio y han cambiado su personalidad. El problema es que solo actuamos cuando estamos en crisis y en esto, la clave es prevenir”, comenta Adair.
Alternativas de prevención
El caso de Cam y el de tantos niños y adolescentes que han perdido el control de sus vidas por la adicción a los videojuegos puede prevenirse con información, paciencia y el establecimiento de rutinas sanas en el hogar.
“No metas ese monstruo a la casa antes de los seis años porque esto es algo serio que no debe minimizarse. Los niños primero tienen que aprender sobre inteligencia emocional y a socializar, eso debe ser una prioridad”, recomienda Monroy.
En este sentido, el consejo principal de la Academia Americana de Pediatría es no exponer a los menores de dos años a ningún tipo de pantalla teniendo en cuenta que en ese rango de edad están en una etapa de exploración del entorno que es crucial para su desarrollo cerebral. Entre tanto, los niños entre 2 y 12 años no deben estar al frente de una pantalla más de dos horas al día.
Los ordenadores y las videoconsolas deberían limitarse al máximo entre los 2 y los 7 años con excepción de las actividades educativas que idealmente tendrían que estar supervisadas por un adulto. A partir de los 13 años, el tiempo de exposición a pantallas puede extenderse a tres horas.
“Es muy importante entender que los niños no tienen la madurez para administrar bien el tiempo o diferenciar lo virtual de lo real. Por eso, es fundamental elegir contenido de calidad y, en lo posible, jugar con ellos para entender de qué se tratan y determinar si son o no apropiados”, afirma la sicóloga.
Por otro lado, hay que establecer y cumplir rutinas de sueño, alimentación y actividad física. Los más pequeños, por ejemplo, tendrían que pasar más tiempo al aire libre o armando rompecabezas, jugando con texturas y sonidos o escuchando música.
“Lo que necesitamos es que aprendan a aburrirse porque así desarrollan tolerancia a la frustración. No usemos los videojuegos como niñera, por la pereza de llevarlos a hacer otras actividades, porque no conocen otra forma de entretenimiento o porque todo el mundo lo hace, está bien ser diferente, hacer un alto y pensar en si tiene o no sentido lo que hacemos en casa”, añade.
Cam Adair tiene una opinión similar. Cuenta que hay países como Tanzania, que visitó hace poco, donde el juego es natural y libre y no existe esa expectativa de estar entretenido y estimulado todo el tiempo.
“Yo pienso que es necesario asegurarse de que el niño tenga múltiples intereses y múltiples formas de desestresarse y eso debería ir antes que los videojuegos. La realidad es que la mayoría de menores pasan muchas horas inmersos en la tecnología entre el colegio y la casa pero si esto no se limita, ¿entonces cuándo quedará tiempo para hacer algo más?”, se cuestiona el experto.
Sin embargo, recomienda no excluirlos de la vida de los niños completamente sino más bien educarse al respecto y ayudarlos a que encuentren un balance. “Los padres deben entender que esa es la cultura de hoy y estar dispuestos a escuchar a sus hijos. La comunicación es clave porque eso genera confianza y así será más fácil que haya aceptación al momento de hacer acuerdos”, puntualiza.